Es el hijo de un jardinero de Teherán.
Durante su juventud llegó a dormir en las calles. Pero hoy vive en
hoteles de cinco estrellas y se codea con celebridades. Todo gracias a
la raqueta. Y sin embargo, jamás ha ganado un título individual en el
circuito de la ATP. Protagonizó una modesta carrera como jugador de
dobles. En individuales jamás llegó a sobrepasar el puesto 129 de la
clasificación. Nació y creció en un país tan poco relevante para el
circuito tenístico internacional como Irán. Estaba obsesionado con jugar
al tenis, pero lo tenía tan difícil por si situación social que terminó
practicando con sartenes. En circunstancias normales ni siquiera
hubiésemos oído hablar de él. Sería uno de tantos tenistas de segunda
fila que se retiran sin que el público haya escuchado mencionar su
nombre. Y, sin embargo, Mansaur Bahrami es una estrella de las
pistas. Los espectadores del circuito de torneos y exhibiciones para
veteranos pagan casi tanto dinero por verlo jugar a él como por
contemplar a los mismísimos John McEnroe y Jimmy Connors.
¿Cómo es tal cosa posible? Pues porque quizá no hablemos del mejor
jugador, pero probablemente sí del tenista más carismático de todos los
tiempos.
Hoy en día, sus exhibiciones son un cotizado espectáculo y comparte pista con McEnroe, Connors, Borg, Becker, Roddick, e incluso Rafa Nadal, Novak Djokovic y Roger Federer. Por otro lado, Yannick Noah e Ilie Nastase
prologaron su autobiografía. El hombre al que un guarda rompió su única
raqueta, que huyó de Irán para poder jugar al tenis, que había
deambulado por las calles como inmigrante ilegal sin tener un lugar
donde caer muerto, está llevando hoy en día una existencia cómoda y
lujosa. Nunca ganó un torneo individual de la ATP, ni siquiera uno
pequeño, pero los grandes nombres de la raqueta hablan de él con
admiración, cariño y respeto. Se podrían extraer muchísimas lecciones de
una vida como la de Monsour Bahrami. Pero quizá la más fácil de
aplicarnos a nosotros mismos sería: nunca pierdas el sentido del humor,
ni aun en las peores circunstancias. Porque, quién sabe, ese mismo sentido del humor podría hacerte rico algún día.
Y ahora, si me disculpan, me voy a practicar con las sartenes.